lunes, 2 de agosto de 2010

Camino a tierras del sur



Me desperté a las 6.00 para tomar el vuelo que me llevaría a Alicante. Todo parecía normal, excepto por la hora, que no estoy demasiado acostumbrado a madrugar tanto. Me tomé mi colacao con chiquilín tranquilamente, y cuando todo estaba preparado partimos hacia Alvedro. Después de pasar sin dificultades, toda esa serie de obstáculos que hay que sortear para entrar en el avión, todo parecía estar preparado para el despegue.  Allí me encontraba yo, en mi primer viaje en avión solo, intentando hacerme el duro y el experimentado en esta serie de  trámites, pero en realidad por dentro me corroían las mismas dudas que a cualquier viajante inexperto de este medio.  A mi lado, estaba sentado un chico, de unos 23 años aproximadamente, que hablaba un gallego bastante “cerrado”.  Como mucha de esta gente, le gustaban los coches, por lo que estaba leyendo “Supermotor”. Parecía tranquilo, pensaba yo.  Cuando ya llevábamos un rato de vuelo, y después de que  la azafata, muy guapa por cierto,  nos ofreciera algunas cositas para “picar”, empezamos a sentir algo raro. Ya quedaba menos para aterrizar, pero el avión comenzó a hacer unos movimientos bastante raros. Las caras de la gente cambiaron enseguida, empezando  a preguntarse unos a otros por lo sucedido. Yo, no iba a ser menos, entable relación con mi compañero de asiento.  Me decía este: - Uy este piloto, que cousas mais raras que esta a facer...   a lo que yo le contestaba  para rebajar la tensión: - Si oh, como esta a estrada esta, vai haber que asfaltar... Cada cual se agarraba mas fuerte a los asientos (como si el avión cayera, a vosotros no os fuera a pasar nada, pensaba yo…) Todo parecía preparado para llegar a tierra. El tren de aterrizaje ya estaba fuera y el descenso estaba a punto de comenzar. Cada caída más brusca que la anterior y la gente, pálida ya, deseando acabar con esta pesadilla. 500 metros, 400 metros, 300metros, 200, 100... Hasta que por fin tocamos suelo. Como no podía ser menos, no sin problema alguno. Un buen derrape digno del mismísimo Collyn Mc.Rae que se marco el piloto, dejando todo impregnado de humo…

Estoy seguro de lo que todo el mundo se fue pensando de este capitán de aviación. Que si “un piloto horrible”, “parecía que llevaba unas copas de más”, “pa’vernos matao”, “le debió de tocar la licencia de vuelo en la tómbola”… Estoy seguro que esto fue lo más bonito que pensaron de aquella persona, pero…  ¿y si lo que estaba mal era la nave, y gracias a las peripecias de aquel increíble piloto logró que todos llegáramos ilesos a tierra? La respuesta nunca la sabremos. 

Por fin en tierra, después de un viaje de infarto, esperé mi maleta como si fuera un “businessman” más. Al fin la localice, era esa con unos cordones  amarillo fosforito que me puso mi madre por si no la veía. Está bien que las madres se preocupen por estas cosas, pero a veces se preocupan de más, que no somos tontos tampoco…  La recogí y salí por la única puerta posible, no había pérdida.

Esperaba ver pronto a mi abuelo y mi tío que me vendrían a buscar, pero allí no estaban. Después de llamarnos unas cuantas veces, estaban en otra puerta y finalmente logramos encontrarnos.  Después de los protocolarios saludos y demás preguntas como, ¿te llevo las maletas? fuimos a por el coche para llegar a mi pueblo. Si, antes me olvide de decíroslo, no iba propiamente a Alicante, sino a un pequeño pueblo al lado de Alcoy, llamado Cocentaina.  

En aproximadamente una hora, habíamos llegado al pueblo.


Mi abuelo había alquilado un piso todo el mes, para quien quisiera ir de Coruña, así que ese seria “mi hogar” durante mi estancia allí. Por si me sentía solo, el decidió venir a vivir allí conmigo. Vaya dos, el catarro y la tos. 

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